«—¿Adónde
te lo llevas? —había preguntado mamá.
Cosas de hombres,
había contestado Libero Parri, y a partir de ese momento Ultimo tampoco se
había hecho más preguntas, porque si tienes cinco años y tu padre te lleva con
él, de esa manera, eres feliz y punto. Por eso había correteado detrás de él
hasta el cruce para Rabello. Lo había hecho sin saber que en un sinfín de
ocasiones, ya de mayor, volvería a ver esa imagen, precisamente ésa: la silueta
maciza de su padre, caminando a grandes pasos por delante de él, contra el
vuelo de la niebla matinal, sin darse
vuelta nunca, ni para esperarlo ni para verificar que todavía estaba allí.
En esa severidad, y en esa ausencia total de dudas, residía todo lo que su
padre le había enseñado del hecho de ser padres: que se trata de caminar, sin
darse vuelta nunca. Caminar con el paso largo de los adultos, sin piedad, pero
un paso límpido y regular, para que tu hijo pueda comprenderlo y permanecer
pegado al mismo, a pesar de su paso de niño. Y hacerlo sin darse la vuelta
nunca, si es que uno tiene fuerzas para hacerlo: para que él sepa que no se
perderá, y que caminar juntos es un destino del que no es necesario dudar en
ningún momento, ya que está escrito en la tierra. »
Alessandro Baricco , Esta historia, Anagrama, p.30-31