lunes, 23 de julio de 2012

La libreta perdida


Uno nació para buscar, no para encontrar. Uno nació para botar cosas que no importan, preocuparse por ellas porque no las encuentra y luego recordarlas en conversaciones pequeñas sobre cosas insignificantes.

Uno no entiende que la memoria no quiere trabajar mucho y prefiere deslizarse de un pensamiento a otro, surfear con rapidez por cada pliegue del cerebro y evitar todas las trampas que le ponemos. Porque es así: ponemos un palo aquí, una piedra allí, un pensamiento largo y pesado en el medio; y todo con la esperanza de que los recuerdos no cambien mucho. Con la esperanza de seguir siendo los mismos de siempre pero de otro modo, queriendo cambiar mucho, cuando decimos lo mismo. No sobra decir que no es así, que la memoria fluye, cambia y muere cuando se transforma en olvido; aunque nos sintamos traicionados por no poder recordar algo y digamos que tenemos una memoria malvada.

Yo me sentí engañado por la memoria cuando perdí una libreta llena de teléfonos y traté, sin éxito, de reconstruir  en mi mente todas las acciones del día en que la perdí. Pensando dónde fue la última vez que la vi o la guardé, si la coloqué o no en tal parte. En el recuerdo me veía buscando un número telefónico en ella, luego la guardaba en el bolsillo del jean y puf, hasta ahí; entonces volvía a empezar: miraba en ella de nuevo el número telefónico, la guardaba en el mismo bolsillo y nada, seguía sin recordar nada más. Como cuando me encuentro en la calle a alguien a quien debería reconocer al instante y no pasa; o cuando tengo una canción en la cabeza, recuerdo el nombre del cantante, el año, y el concierto en el que la escuché la primera vez, pero no el nombre de la canción. Siempre que me pasa me quedo quieto para que los pensamientos reposen y encontrar más fácil lo que quiero. Ese método no funciona.

Lo de la libreta me pasó hace unos meses y hoy me desperté pensando en ella, queriendo tenerla aún sin necesitarla, porque recuperé todo lo que tenía escrito. Creo que me desperté con nostalgia de ser ese hombre del pasado que caminaba con su libretita naranjada en el bolsillo del jean, pero la memoria pasó de largo, quiere olvidar; y es una parte de mí –una parte pequeña y fuerte – la que no lo admite  y quiere obligar a la memoria a que se quede quieta. La quiere obligar a que cumpla la tediosa tarea de no olvidar, por lo menos no mucho, para que yo pueda seguir siendo el mismo de siempre. Pero nadie se baña dos veces en el mismo lago, menos mal.