Uno nació para buscar, no para encontrar. Uno nació para
botar cosas que no importan, preocuparse por ellas porque no las encuentra y luego
recordarlas en conversaciones pequeñas sobre cosas insignificantes.
Uno no entiende que la memoria no quiere trabajar mucho y
prefiere deslizarse de un pensamiento a otro, surfear con rapidez por cada
pliegue del cerebro y evitar todas las trampas que le ponemos. Porque es así: ponemos
un palo aquí, una piedra allí, un pensamiento largo y pesado en el medio; y
todo con la esperanza de que los recuerdos no cambien mucho. Con la esperanza
de seguir siendo los mismos de siempre pero de otro modo, queriendo cambiar mucho, cuando decimos lo mismo. No sobra decir que no es así, que la memoria
fluye, cambia y muere cuando se transforma en olvido; aunque nos sintamos
traicionados por no poder recordar algo y digamos que tenemos una memoria
malvada.
Yo me sentí engañado por la memoria cuando perdí
una libreta llena de teléfonos y traté, sin éxito, de reconstruir en mi mente todas las acciones del día en que
la perdí. Pensando dónde fue la última vez que la vi o la guardé, si la coloqué
o no en tal parte. En el recuerdo me veía buscando un número telefónico en
ella, luego la guardaba en el bolsillo del jean y puf, hasta ahí; entonces volvía a empezar: miraba en ella de nuevo el número telefónico, la guardaba en el
mismo bolsillo y nada, seguía sin recordar nada más. Como cuando me encuentro
en la calle a alguien a quien debería reconocer al instante y no pasa; o cuando
tengo una canción en la cabeza, recuerdo el nombre del cantante, el año, y el
concierto en el que la escuché la primera vez, pero no el nombre de la
canción. Siempre que me pasa me quedo quieto para que los pensamientos reposen
y encontrar más fácil lo que quiero. Ese método no funciona.
Lo de la libreta me pasó hace unos meses y hoy me
desperté pensando en ella, queriendo tenerla aún sin necesitarla, porque
recuperé todo lo que tenía escrito. Creo que me desperté con nostalgia de ser
ese hombre del pasado que caminaba con su libretita naranjada en el bolsillo
del jean, pero la memoria pasó de largo, quiere olvidar; y es una parte de mí –una
parte pequeña y fuerte – la que no lo admite
y quiere obligar a la memoria a que se quede quieta. La quiere obligar a
que cumpla la tediosa tarea de no olvidar, por lo menos no mucho, para que yo
pueda seguir siendo el mismo de siempre. Pero nadie se baña dos veces en el
mismo lago, menos mal.