Xing, la cocinera del emperador, fue acusada del
robo de dos langostas ofrenda de paz de una ciudad enemiga. Qing Lian, su
esposo desde hace veinte años, fue encargado por el abogado de orquestar la
única defensa, que tendría lugar en audiencia pública. Su matrimonio había transcurrido en la miseria,
una acusación así no era más que otra peste. Desesperado, Qing Lian inicia la
búsqueda de testigos y pruebas; por fin ha recolectado lo requerido: las
declaraciones de la auxiliar de cocina, un mesero y el proveedor de las
verduras del palacio. Llegado el día y convencido de que ganaría, acude a la
corte. Con semejantes testigos en el estrado no habrá dudas sobre la
culpabilidad. No le queda más que esperar mientras saborea su soltería y las
dos langostas que le esperan en casa.