«(Durante mucho tiempo los llamados
triunfadores han sido el objeto de los elogios: los ricos, los rápidos, los
lugales, la gente que está por encima de los demás. Eso es algo muuuuuuuy
falaz, ya que no se hallan tan al abrigo del tormento como muchos se imaginan
y, además, son muy poco representativos.
Los dirigentes prósperos, los superlativos
son la rareza. A quienes habría que considerar ejemplares es a los
segundones, a los patinadores que no ganan medalla, a los filatélicos en
quiebra, a los inventores frustrados, a los funcionarios que se odian a sí
mismos, a aquellos con talento y educación y determinación que van tirando para
que la gente pueda ver que sus vidas no son mediocres, sino normales. Es algo
absurdo que hacer frente a la vida con alcohol o con drogas haya llegado a ser
el deporte nacional.
Por cada campeón hay mil competidores y otros
dos mil que no llegan a serlo porque se olvidan de competir, o porque tienen
una gripe, o porque estaban ocupados con un asunto amoroso, o porque no se
molestaron en inscribirse. La vida no consiste en ganar, la vida es luchar por
la tercera posición. Pero, por supuesto, el brillo procede de los que brillan,
de los vencedores, y los perdedores gustan de estudiar a los vencedores porque
piensan que de ello podrían sacar algún provecho. ¿Cuál es la diferencia entre
un hombre con millones y un hombre sin millones? Los millones.
Lo que habría que enseñar no es cómo lograr
el éxito, que por definición es asunto de unos pocos, sino cómo ver el color de
los ojos del fracaso sin arrugarse, cómo tolerar el mal tiempo de la
ordinariez. Quien habría de estar sobre un pedestal es el decorador que
no se lamenta de haber perdido su negocio, ese al que pillan incluso cuando
roba un botellín de whisky, el que después de treinta años de trabajo no tiene
más que un abrigo deslucido, mientras que a su única hija, le pega palizas un
bruto sin blanca en el bolsillo; es la fregona con niños que criar, la
que vuelve a su casa agotada y a la que le roban los pendientes en el metro,
quien puede enseñar una lección importante: cómo perder.) »
Tibor Fischer, El coleccionista de coleccionistas, Barcelona, Tusquets Editores,
1997, pp. 203-204.