jueves, 2 de agosto de 2012

«La victoria en el sofá»


«(Durante mucho tiempo  los llamados triunfadores han sido el objeto de los elogios: los ricos, los rápidos, los lugales, la gente que está por encima de los demás. Eso es algo muuuuuuuy falaz, ya que no se hallan tan al abrigo del tormento como muchos se imaginan y, además, son muy poco representativos.

Los dirigentes prósperos, los superlativos son la rareza. A quienes habría que considerar ejemplares  es a los segundones, a los patinadores que no ganan medalla, a los filatélicos en quiebra, a los inventores frustrados, a los funcionarios que se odian a sí mismos, a aquellos con talento y educación y determinación que van tirando para que la gente pueda ver que sus vidas no son mediocres, sino normales. Es algo absurdo que hacer frente a la vida con alcohol o con drogas haya llegado a ser el deporte nacional.

Por cada campeón hay mil competidores y otros dos mil que no llegan a serlo porque se olvidan de competir, o porque tienen una gripe, o porque estaban ocupados con un asunto amoroso, o porque no se molestaron en inscribirse. La vida no consiste en ganar, la vida es luchar por la tercera posición. Pero, por supuesto, el brillo procede de los que brillan, de los vencedores, y los perdedores gustan de estudiar a los vencedores porque piensan que de ello podrían sacar algún provecho. ¿Cuál es la diferencia entre un hombre con millones y un hombre sin millones? Los millones.

Lo que habría que enseñar no es cómo lograr el éxito, que por definición es asunto de unos pocos, sino cómo ver el color de los ojos del fracaso sin arrugarse, cómo tolerar el mal tiempo de la ordinariez.  Quien habría de estar sobre un pedestal es el decorador que no se lamenta de haber perdido su negocio, ese al que pillan incluso cuando roba un botellín de whisky, el que después de treinta años de trabajo no tiene más que un abrigo deslucido, mientras que a su única hija, le pega palizas un bruto sin  blanca en el bolsillo; es la fregona con niños que criar, la que vuelve a su casa agotada y a la que le roban los pendientes en el metro, quien puede enseñar una lección importante: cómo perder.)»

Tibor Fischer, El coleccionista de coleccionistas, Barcelona, Tusquets Editores, 1997, pp. 203-204.