«Las
fronteras separan en dos categorías excluyentes: los de adentro y los de
afuera, los nacionales y los extranjeros, nosotros y ellos. Esta división nos
marca de por vida: sea a causa del jus solio
del jus sanguinis, del lugar en el
que nacemos o de la sangre que corre por nuestras venas, todos estamos
obligados a pertenecer a un sitio y, por ello mismo, a ser considerados
extraños o aliens —para usar este
odioso término anglosajón— en el resto del mundo. Aunque lo olvidemos con
frecuencia, en realidad todos somos forasteros. Ya lo decía Paul Valéry: “La
era del orden es el imperio de las ficciones, pues no hay poder capaz de fundar
el orden a partir de la mera represión de los cuerpos. Se necesitan fuerzas
ficticias”. Y, por absurdo o kafkiano que parezca, a veces basta con caminar
unos cuantos metros, con atravesar un río o un puente, para poner en riesgo
todo lo que somos o, por el contrario, salvar nuestras vidas.»
Los crímenes de Santa Teresa y las Trompetas de Jericó, Jorge
Volpi en Sam no es mi tío, 24 crónicas inmigrantes. Editorial Alfaguara
1 comentario:
El título es mío, por eso es malo.
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